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Bernardino Rivadavia

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Política interior

En noviembre de 1821 hizo sancionar una ley de amnistía para todos los opositores, de modo que pudieron regresar muchos exiliados, como Manuel Dorrego, Miguel Estanislao Soler, Manuel de Sarratea, Carlos María de Alvear y otros.

Proclamó una reforma militar, por la que pasó a retiro a los oficiales que no tenían destino fijo. Pero, como era de esperar, en la lista fueron anotados todos los opositores. Esta reforma puso automáticamente en su contra a todos los militares alejados, y casi todos se unirían a las rebeliones en su contra.

También llevó adelante una reforma religiosa, centrada en la disolución de las órdenes religiosas (una pocas se salvaron porque tenían muchos miembros) la pasar a manos de la provincia los bienes de la Iglesia católica. Esto llevó a que muchos católicos se unieran a las conspiraciones.

En agosto de 1822 fue denunciada una conspiración en su contra, dirigida por el ex ministro Gregorio García de Tagle, que fue rápidamente sofocada. La segunda revolución, llamada la "revolución de los Apostólicos", fue una reacción clerical contra las reformas de Rivadavia, que estalló en marzo de 1823, a la que se unieron muchos oficiales descontentos. Fue rápidamente sofocada, y sus cabecillas ejecutados tras un rápido juicio secreto.

Lo cierto es que toleró la disidencia, siempre que se mostrara moderada y que no viniera de sectores clericales . Propuso una Ley de Sufragio Universal, que nunca fue realmente aplicada a fondo, pero permitió a algunos opositores llegar a la Legislatura. Suprimió los cabildos, tanto el de la capital como los de Luján y San Nicolás de los Arroyos.

Gracias a su gestión se fundó la Universidad de Buenos Aires, reuniendo en un solo cuerpo las academias de Leyes y Medicina, con algunas nuevas fundaciones. Tardó varios años en funcionar orgánicamente. Refundó el viejo Colegio de San Carlos como Colegio de Ciencias Morales, en el cual el cambio más importante fue que otorgó becas a algunos jóvenes de las provincias. También un museo público, un gabinete de física, un registro oficial, cementerios públicos, etc. Y trajo algunos grandes científicos a trabajar y enseñar en el país.

Construyó edificios públicos, ensanchó avenidas, ordenó construir ochavas, mejoró la iluminación de las calles, etc. Pero las modernizaciones que emprendió estaban pensadas para la ciudad, como si hubiera sido un intendente, y casi no emprendió nada en el interior de la provincia.

Su atención estuvo centrada en las clases altas y medias. Los pobres eran secundarios para él: siguiendo los dictados utilitaristas y conservadores de Bentham, eran los mismos pobres quienes debían dar los primeros pasos y esforzarse por salir de su situación, y sólo después podrían disfrutar de los beneficios del progreso. Para proveer de mano de obra al comercio y a la ganadería, impulsó fuertemente la obligación a los no propietarios de que demostraran que tenían empleo por medio de la “papeleta de conchabo”. Quien no la tuviera era arrestado y enviado como soldado a la frontera.

De las pocas ideas que se le conocen para el interior, cabe destacar dos: el desarrollo de la minería para conseguir metales preciosos con que acuñar moneda, y un increíble proyecto de un canal navegable desde el sur de Mendoza hasta Buenos Aires. Algunos críticos argumentaban que este proyecto era imposible de realizar, alegando que en Cuyo no hay agua suficiente para alimentar semejante canal, y que la poca que había la querrían usar los cuyanos para riego.

 Política exterior

Desde el inicio de su gobierno, el gobierno porteño se negó por completo a colaborar con los ejércitos que luchaban contra los realistas, tanto el de Martín Miguel de Güemes en Salta, como la campaña de José de San Martín en Perú.

Dos enviados de San Martín tuvieron que oír en la Legislatura que a Buenos Aires le convenía que no se fueran los realistas de Perú. El resultado fue que San Martín tuvo que dejar a Simón Bolívar que terminara lo que él había comenzado, porque los colombianos sí ayudaban a su libertador. Cuando finalmente renunció al gobierno del Perú y regresó a Buenos Aires, fue amenazado con encarcelarlo por su desobediencia de años atrás.

Mientras tanto, se perdían la Banda Oriental y el Alto Perú. Cuando el cabildo de Montevideo le pidió ayuda, envió un emisario, Tomás de Iriarte, al gobernador brasileño a solicitar la devolución de la provincia usurpada.

 

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